Para los católicos el mes de octubre es inseparablemente el mes del Rosario y el mes de las misiones. A lo largo del año invocamos a María Santísima con muchos nombres porque son muchas las situaciones en las que experimentamos su compañía maternal. Cuando nos acercamos a la culminación del Año litúrgico y la Iglesia nos propone poner la atención en el desenlace último de la propia vida, de la Historia y de la Creación, invocar a María con el título del Rosario nos ayuda a centrar la vida en el seguimiento de Cristo sabiéndonos en compañía de Nuestra Madre. Rezar el Santo Rosario es práctica de oración para acompañar y sabernos acompañados. Con María revivimos los misterios de la vida de Cristo, que se ha hecho nuestro compañero en el camino de la vida, para que lleguemos a comprender que la vida alcanza su plenitud cuando seguimos a Jesucristo cada día dejando que el amor de su Corazón arda en el nuestro. Quien repasa la vida de Cristo no puede menos que proclamar con las palabras de san Pablo: me amó y se entregó por mí (Ga 2, 20). Con el corazón ardiente y los pies en el camino compartimos con todos la alegría de creer.

     La campaña anual del Domund ensancha en octubre el horizonte de nuestras alegrías y preocupaciones recordándonos que la Iglesia existe para evangelizar. En un mundo dramáticamente herido por guerras y ultrajes diarios a la dignidad humana, necesitamos llevar a todos el bálsamo de la misericordia divina que brota del Corazón de Cristo. En el origen de toda guerra hay siempre un corazón herido que no se deja curar. Compartir el evangelio para que cada persona se encuentre de forma viva con Jesucristo, el Príncipe de la Paz, es fundamental para curar las heridas del corazón, vencer los conflictos y vivir en concordia. La tarea de los misioneros es más necesaria que nunca. Frente a la pretensión obstinada de quienes pretenden imponer una forma de vida como si Dios no existiera, necesitamos la audacia de quienes se dejan inflamar del Amor más grande y entregan su vida para mejorar la vida de los demás. Mejora su vida quien la orienta al Bien, se abre con asombro a la Belleza, permanece en la Verdad y crece en Comunión. Esta es la tarea de la Iglesia en el momento presente, como lo ha sido en el pasado y lo será siempre: evangelizar para volver a poner a Dios en el centro y llevar así al ser humano a la plenitud que anhela.

     Somos conscientes, cada día más, de que la misión está muy cerca, en la propia casa, vecindario y ciudad. Para recordarnos que la identidad cristiana se desfigura si no compartimos con los demás nuestra fe, necesitamos mirar a quienes dejaron familia, casa y bienes para llevar el evangelio a los de lejos. Damos gracias a Dios por los misioneros que sostienen la esperanza en sus lugares de origen y de misión. Pedimos al Señor que los proteja y que ablande nuestro corazón, para que, con nuestra oración y ayuda, mantengan los corazones ardientes y los pies en el camino, llevando a todos la alegría del evangelio.

+ José Rico Pavés

Obispo de Asidonia-Jerez