Monseñor José Rico Pavés : «El comienzo de la vida cristiana está en la conversión: un encuentro con Cristo que lleva a orientar la vida entera hacia Él. Ese encuentro desborda los cálculos humanos. Es un acontecimiento de gracia, un don del Señor».

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El comienzo de la vida cristiana está en la conversión: un encuentro con Cristo que lleva a orientar la vida entera hacia Él. Ese encuentro desborda los cálculos humanos. Es un acontecimiento de gracia, un don del Señor. La palabra “conversión” significa literalmente “cambio de mentalidad”. El cambio de vida resultante del encuentro con Cristo se manifiesta, en efecto, en una mentalidad nueva: se empieza a ver todo como Jesús lo ve, se empieza a querer lo que Jesús quiere, se siente con los mismos sentimientos suyos. Y en todo ello se descubre, con asombro creciente, que así es como se colman los anhelos más profundos y auténticos del ser humano. Cristo revela el hombre al propio hombre, había afirmado el Concilio Vaticano II (cf. GS 22). La verdad del ser humano se esclarece a luz del Verbo encarnado. Por eso, recibir a Cristo no es una opción más entre otras: con Él se gana todo; sin Él el ser humano se pierde a sí mismo. 

     Jesucristo anuncia que sus caminos no son nuestros caminos y plantea la pregunta decisiva para toda persona humana: ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si pierde su alma? Cuando llegamos con la Iglesia a la celebración del décimo segundo domingo del tiempo ordinario, Jesús mismo sale a nuestro paso y, en el pasaje evangélico que se proclama en la Misa dominical, nos muestra el camino de la plenitud humana, que es el camino para llegar a ser dignos de Cristo.

     Ese camino pasa por tres retos fundamentales: poner orden en el amor, abrazar la cruz en el seguimiento de Cristo y ser generosos con los preferidos del Señor. Jesús nos pide, en primer lugar, amarle a Él más que a la propia familia. Eso no significa que dejemos de amar a nuestros familiares. Cuando la familia se descubre como don de Dios, el mayor amor a Cristo permite amar más plenamente a los padres, hermanos e  hijos. Jesús nos pide además cargar con la propia cruz y seguirle. Ambas acciones son inseparables: no podemos cargar la cruz sin seguir a Cristo, ni podemos seguir a Cristo sin cargar con la cruz. Es decir, Jesucristo no nos pide simplemente sobrellevar los sufrimientos de la vida, sino vivirlos con Él y como Él. Cargando con la cruz de toda la humanidad y muriendo en ella ha convertido el oprobio del pecado en la victoria de la gracia y ha transformado la muerte ignominiosa en la donación máxima del amor. Así se entiende la expresión certera de Santa Teresa de Jesús: “Tengo para mí que la medida del amor es poder llevar cruz grande o pequeña”. Por último, Jesús nos pide prestar atención prioritaria a los pequeños, es decir, a los sencillos y humildes de corazón. Los gestos de generosidad con ellos, por insignificantes que parezcan, enriquecen primero a quienes los hacen. Que el Señor mismo nos conceda ser dignos de Él.

+ José Rico Pavés

Obispo de Asidonia-Jerez