Monseñor José Rico Pavés : «En el evangelio de este domingo, Jesucristo nos enseña a cuidar la comunión en el seno de la Iglesia, proponiéndonos tres tareas inaplazables: la corrección fraterna, el perdón y la oración en común».

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La participación en la Santa Misa es el momento más importante de la celebración cristiana del Domingo. Congregados por el Señor, los discípulos de Cristo comienzan la nueva semana actualizando el triunfo de la Resurrección, acontecimiento fundamental de nuestra fe que da sentido a todo lo que hacemos y padecemos. La celebración de la eucaristía dominical no sólo es alimento personal de la vida de fe, sino también cauce privilegiado para vivir la relación con el Señor con la conciencia de ser miembros de la Iglesia. Quien celebra bien el domingo se descubre amando, cada vez más y de forma espontánea, a la Iglesia, y crece en deseo de colaborar en su misión evangelizadora. Cuando, por el contrario, se celebra mal el Domingo o se vive la participación en la Misa como un acto individual y aislado, se deforma la pertenencia eclesial y las exigencias del evangelio se acaban acomodando a los propios gustos. Entonces, la fe se acaba considerando una carga y se rehúye la relación con los demás miembros de la Iglesia. 

     Cuando nos estamos preparando para el comienzo de nuevo curso pastoral, el Señor sale a nuestro paso y nos regala su palabra, que se proclama viva en la Liturgia, llamándonos a proteger la alegría de pertenecer a la Iglesia.

     Custodiar la comunión en la Iglesia no consiste primariamente en un ejercicio que permite que nos llevemos bien los que formamos parte de ella. Es mucho más: es dejarse amar con el amor de la Trinidad y dejar que este amor esté en el centro de nuestra vida. En la Iglesia, la suerte de uno es la de todos. El mal de uno afecta a todos y exige reaccionar ante ese mal con responsabilidad. Quien corrige a quien yerra, le salva y se salva a sí mismo. En el evangelio de este domingo, Jesucristo nos enseña a cuidar la comunión en el seno de la Iglesia, proponiéndonos tres tareas inaplazables: la corrección fraterna, el perdón y la oración en común. Tareas fundamentales para caminar juntos como hijos de la Iglesia y comenzar un nuevo curso esperanzados.

     Las celebraciones marianas que abren y centran el mes de septiembre nos vuelven a recordar la necesidad de mirar siempre a María Santísima. De Ella aprendemos también el arte de proteger la alegría de la Iglesia, es decir, de cuidar cada día más a Jesucristo en nuestra propia vida para llevarlo a los demás. Él es nuestra alegría.

+ José Rico Pavés

Obispo de Asidonia-Jerez