Monseñor Rico Pavés: «La alegría puede ser oída: llega con la Buena Nueva, se transmite con la Palabra, se acoge con la fe, se experimenta en el corazón, se construye con el amor de las obras y se expresa en el rostro del ungido».

     La conversión es disposición para recuperar la alegría perdida. Entramos en la cuarta semana de Cuaresma con un grito de júbilo: Festejad a Jerusalén, gozad con ella, alegraos de su alegría (Is 66, 10). La sobriedad del camino cuaresmal está sostenida por la promesa de una alegría que se puede ya experimentar de forma anticipada. El salmo penitencial por excelencia recoge el lamento por el gozo malgastado y clama al único que puede vencer la tristeza: Hazme oír el gozo y la alegría (Sal 50, 10). La alegría puede ser oída: llega con la Buena Nueva, se transmite con la Palabra, se acoge con la fe, se experimenta en el corazón, se construye con el amor de las obras y se expresa en el rostro del ungido. Devuélveme la alegría de tu salvación (Sal 50, 14), es la petición del salmista que estamos llamados a hacer nuestra en el tiempo cuaresmal. El pecado afea la vida humana deformando la imagen bella de Dios en el hombre. Privado de belleza, el corazón humano cae en una tristeza de la que por sí mismo no puede escapar. Jesucristo, consciente de la situación del ser humano que el salmo declara, al completar su entrega para la salvación del mundo, confía a sus discípulos el fin de su misión: Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud (Jn 15, 11). Sabia es la Iglesia cuando en la travesía de la Cuaresma nos regala un domingo de alegría.

     Las lecturas de este Domingo nos ayudan a descubrir los motivos de la alegría mientras caminamos hacia la Pascua. Así, el segundo libro de las Crónicas, describe la maldad del pueblo elegido que multiplicó sus infidelidades y fue llevado al destierro. En medio de la esclavitud en la que habían caído a causa de sus pecados, el Señor suscita al profeta Jeremías que proclama, en su nombre, un futuro de esperanza, y toca el corazón de Ciro el rey de Persia que anuncia la reconstrucción del templo de Jerusalén. Por grandes que sean las maldades de los hombres, mayor es siempre la misericordia de Dios, que no se cansa de darnos nuevas oportunidades para dejar nuestra maldad y ordenar nuestra vida con Él.

     De misericordia habla también san Pablo en la carta a los Efesios: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo”. Por pura gracia hemos sido salvados.

     En el evangelio, Jesucristo desvela el fin de su misión y para ello descubre el misterio escondido desde siglos: la muerte en cruz del Hijo amado no es el fracaso de su misión, sino la manifestación del amor infinito de Dios hacia los hombres. “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”.

     El cuarto Domingo de Cuaresma es domingo de alegría, porque en él se nos descubre la magnitud infinita del amor de Dios y el poder de su misericordia. Como decía Santa Teresa de Calcuta: la alegría es el misterio del amor, quien se sabe amado por el Señor y ama a Dios y al prójimo, sabe qué es la alegría.

 

+ José Rico Pavés

Obispo de Asidonia-Jerez