Monseñor Rico Pavés : «El mismo que ahora nos sostiene, mediante la acción del Espíritu Santo, con su Palabra y con su vida derramada en los Sacramentos, es el que nos espera al final de esta vida».

     Se acerca el final del Año litúrgico. El último domingo de noviembre la Iglesia celebrará la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, como coronación de un recorrido anual que nos ha permitido acompañar a Cristo en los misterios de su vida. El final del año litúrgico nos coloca ante el desenlace final de todo: de nuestra vida en este mundo, de la historia y de la creación. Nuestra morada definitiva está en el Cielo. La vida temporal es preparación para la eternidad. Cuando venimos a este mundo, una sola certeza nos acompaña: un día moriremos. ¿Cómo nos preparamos para ese momento? Mientras el mundo invita constantemente a disfrutar del momento presente y desterrar la pregunta sobre el más allá, la fe viene en nuestro auxilio y nos ayuda a poner nombre al anhelo del corazón. La capacidad humana de Verdad, Bondad, Belleza y Comunión es anuncio certero de nuestra meta. Existe la sed porque existe el agua. La fe llena de certeza nuestra esperanza. El encuentro con Jesucristo, vencedor del pecado y de la muerte, orienta con seguridad nuestro caminar mientras estamos en este mundo. El mismo que ahora nos sostiene, mediante la acción del Espíritu Santo, con su Palabra y con su vida derramada en los Sacramentos, es el que nos espera al final de esta vida. Podemos esperar porque sabemos que hay quien nos espera. Cuando se pierde la fe, desaparece también la esperanza y la felicidad que nuestro corazón reclama deriva en tristeza. ¿Cómo nos preparamos al encuentro definitivo con el Señor? ¿Pensamos en nuestra propia muerte? ¿Cómo vivir sin que la certeza de morir nos abrume? ¿Hay que prepararse a “bien morir” o es mejor no pensar en ello? Cuando llegamos con la Iglesia al penúltimo domingo del año litúrgico, la liturgia nos ayuda a través de la Palabra de Dios, a despertar la fe en la vida eterna y nos propone enseñanzas para vivir siempre alegres, sabiendo que el gozo pleno y verdadero consiste en el servicio a Dios, Creador de todo bien.

     En el evangelio, el mismo Jesucristo nos invita a plantear la vida con responsabilidad, sabiendo que al morir nos pedirá cuentas de nuestras obras. Recurriendo a la comparación de los talentos concedidos a los trabajadores, se nos indica la necesidad de poner a trabajar los dones recibidos para hacerlos crecer. Esperar en cristiano no significa detenerse con los brazos cruzados, sino trabajar para crecer. El trabajo bien hecho es la mejor preparación para la muerte y el trabajo se hace bien cuando somos fieles en las cosas menudas. El bien infinito de la alegría eterna, pasa ahora por prestar atención a los detalles pequeños de la vida. Para recibir mucho, hay que ser fiel en lo poco.

+ José Rico Pavés

Obispo de Asidonia-Jerez