Autor: Federico Mantaras Ruiz-Berdejo, Delegado Diocesano para la Causa de los Santos

El pasado sábado 18 de noviembre fueron beatificados en la Catedral de Sevilla tres mártires nacidos en nuestra Diócesis: Pedro Carballo, natural de Ubrique, y los hermanos Salvador y Rafael Lobato, naturales de Algodonales.

La vida del beato Pedro Carballo fue la de un sacerdote fiel y cumplidor, desarrolló su ministerio en Huelva, Paradas y sobre todo Guadalcanal, donde estuvo de párroco los últimos años de su vida. En todos sus destinos destacó por su celo y por su honradez personal, esto hizo que despertara envidias de otros sacerdotes, hijos del pueblo de Guadalcanal, que al no admitir su rectitud le hicieron la vida imposible. También recibió calumnias de personas que  querían que don Pedro tomara decisiones contrarias a su conciencia. Cuando el ambiente de persecución contra la Iglesia se hizo patente con la segunda república, son Pedro siguió en su parroquia cumpliendo su misión. En los primeros días de la guerra civil quemaron los objetos sagrados del templo y él fue encarcelado por los milicianos. Pocos días después, el 6 de agosto de 1936, no quiso renegar de su sacerdocio y fue fusilado.

El beato Salvador Lobato nació en Algodonales el año 1901, a los trece años entra en el seminario de Sevilla y fue ordenado el año 1927. Su ministerio sacerdotal lo desarrolla en Coripe, La Muela y, en sus últimos años, en El Saucejo. Fue un sacerdote entregado a la gente y enamorado de su ministerio. Vivía en la casa parroquial con su madre y con su hermano Rafael, soltero y cuatro años menor que él. Cuando estalla la guerra civil queman su parroquia y su casa parroquial, él se va con su hermano a una casa en que lo acogen, allí estarán un mes recluidos bajo vigilancia. Antes de que llegaran las tropas nacionales a El Sucejo, los milicianos mataron a los guardias civiles del cuartel del pueblo, y cuando subían a los camiones para irse del pueblo, se les acercan dos mujeres para decirles: “¿No vais a matar al cura?”. Entonces fueron a buscar a son Salavador. Su hermano no quiso dejarlo. Lo llevaron a los dos a empujones. El sacerdote decía a su hermano: “ten ánimo Rafael… Acuérdate de Dios a quien veremos pronto”. En un sitio denominado La Alberquilla los fusilaron. Lo dejaron a las puertas de cementerio con un poco de tierra encima, así los tuvieron dos meses hasta que recibieron sepultura.